Pompeya fue una
ciudad del alto imperio romano que quedó sepultada bajo las cenizas del Vesubio
en el año 79 d. C., concretamente el 24 de agosto.
Pompeya está
situada al sur de la península italiana, concretamente en la región de
Campania. Tenía una tierra muy fértil y el sector ganadero contaba con
importantes cabañas de cerdos y ovejas que favorecieron a su vez el desarrollo
de los batanes, pequeñas industrias textiles, generalmente de índole familiar.
La economía pompeyana tuvo, además, una estrecha relación con el mar por su
privilegiada situación en el golfo de Nápoles. Desarrolló también una fluida
actividad comercial gracias al transporte marítimo y a su destacable red
viaria. Su prosperidad económica quedó reflejada en la rica decoración de sus
villas y comercios, en las que abundaban frescos y pinturas todavía visibles.
En definitiva, tanto
Pompeya como Roma vivían a lo largo del siglo I su momento de esplendor
político, económico, social y cultural. Fue entonces cuando el Imperio sufrió
dos de sus mayores catástrofes, la erupción del Vesubio en el año 79 y el
segundo gran incendio de Roma, un año después.
Pero antes, Pompeya sufrió en el año 62 un terrible terremoto,
provocando graves deterioros en los barrios y el derrumbe del arco del Triunfo
y del templo de Júpiter.
Respecto a la erupción del Vesubio, en un primer momento las
oleadas volcánicas afectaron a la ciudad de Herculano, abalanzándose poco
después sobre Oplontis, Pompeya y Estabia. La descomunal nube de cenizas
impedía el paso de los rayos de sol. Para entonces los pájaros habían
desaparecido del cielo y ciento de cadáveres de peces comenzaban a flotar sobre
las aguas. Una tormenta incandescente se abatió sobre Pompeya reventando muros,
tejas, ladrillos y todo cuanto se ponía a su paso.
Realmente, el Vesubio
pudo haber estado días o incluso semanas avisando de sus intenciones, por lo
que muchos pompeyanos habrían puesto tierra de por medio. Según recientes
estimaciones demográficas, Pompeya podía contar entonces con unos doce mil
habitantes. Por otro lado, distintas fuentes parecen coincidir en elevar hasta
un máximo de dos mil el número de fallecidos en la catástrofe, cientos de ellos
conservados como estatuas de yeso gracias al ingenioso método desarrollado en
el siglo XIX por Giuseppe Fiorelli. Así, podría concluirse que la población abandonó
mayoritariamente la ciudad, y que quienes finalmente perecieron fueron los que
no pudieron ser evacuados, los escépticos y los esclavos obligados por sus amos
a vigilar sus posesiones. Cuestión que contradice la repetida imagen de la urbe
“congelada en el tiempo”.
Pompeya queda sepultada bajo las cenizas y los lugareños
aprovechan el terreno para sembrar vides. Así permanece durante siglos bajo
metros de piedra pómez hasta que aparezcan los primeros interesados en sus
restos.
Las excavaciones
pioneras tuvieron lugar en 1748 bajo el mandato de Carlos de Borbón, rey de
Nápoles y futuro Carlos III de España. Las primeras excavaciones no comenzaron
hasta el siglo XVIII.
Se ha sabido que tras la erupción, muchos supervivientes
regresaron en busca de sus pertenencias, campaña a la que se sumaron los
saqueadores durante largo tiempo. El saqueo se centró inicialmente en estatuas,
bronces y mármoles, y no en joyas o vajillas de lujo, como comúnmente se ha
sostenido.
Pompeya, a 34 km de la ciudad de Nápoles, en la desembocadura
del Sarno, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997.
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